En 2022 hemos podido llevar a cabo la producción de La Tabernera del Puerto. Tras unos días, podemos contar ya nuestra experiencia ante esta impresionante zarzuela de Pablo Sorozábal.
El reto de ponerla en marcha era comprometido. La obra tiene tal riqueza musical y presenta tal profundidad en el desarrollo de sus personajes que no podíamos permitirnos una interpretación cualquiera; había que acercarla lo mejor posible a nuestro público. Máxime teniendo en cuenta que, a pesar de su enorme calidad, La Tabernera del Puerto no es una de las zarzuelas más conocidas.
La obra no es musicalmente exigente para el coro, que irrumpe en algunos momentos y que juega un papel de acompañamiento musical en varios de sus números. Pero a esto hay que sumar múltiples intervenciones, movimientos e interacciones a los que nos llevaron el libreto y nuestro director artístico. Todo para ofrecer al espectador un complemento escénico de valor.
Por esta razón, el trabajo de preparación musical ha sido bastante llevadero, pero combinado con el curso de artes escénicas que nos fue ayudando a responder mejor a los desafíos que nos iba a plantear la obra sobre las tablas.
Como miembro de la Coral, no puedo dejar de aplaudir la encomiable entrega de nuestro director, Juan Manuel Pérez Madueño, que pacientemente ha conducido el aprendizaje musical de nuestra coral. Además, ha desarrollado de forma fantástica su tarea como director musical de la zarzuela, integrándonos progresivamente con los solistas y con la orquesta ensayo a ensayo, función a función.
El resultado tampoco habría sido posible sin las increíbles aportaciones de Miguel Cubero (director escénico) y Marcos Serna (iluminación y propuesta técnica). El primero, desplegando sus habilidades para que aprendamos a desarrollar en escena cada personaje y cada presencia del coro, además de trazar las líneas estilísticas que quedarían marcadas en nuestra versión de la obra. El segundo, aportando, complementando y realzando el ambiente que se requería en cada momento para causar al público asistente el impacto visual y emocional deseado.
Han sido unas semanas de mucho aprender y mucho convivir con los magníficos solistas, con los propios personajes encarnados, y entre nosotros mismos, sobre todo durante la vertiginosa semana previa a la función. Cuánta evolución y cuántas emociones en tan poco tiempo.
Es un orgullo comprobar que no hemos defraudado las expectativas creadas; honestamente, diría que incluso las hemos superado. Al menos eso nos ha transmitido la cosecha de aplausos tras algunas de las romanzas y especialmente al final de la representación. Muchos asistentes comentaban, emocionados, que no conocían la pertenencia a esta enorme zarzuela de piezas tan bonitas que ya conocían, como “En un país de fábula” (que interpreta Marola) o “No puede ser…” de Leandro.
Creo que durante algo más de dos horas hemos conseguido transportar al público del Teatro Villamarta y al del Gran Teatro Falla hasta esa Cantabreda imaginaria, pueblo orientado al mar, añejo y lleno de contrastes, cercano pero lejano, ajeno pero reconocible.
Nada de esto habría sido posible sin el gran trabajo individual y en equipo del director musical, el director escénico, el técnico de iluminación y las entidades y personas que aportaron todo lo necesario para la puesta en escena (maestro repetidor, utilería, sastrería, maquillaje, peluquería, decorado).
Y por supuesto, la obra no habría brillado así sin el exquisito trabajo de nuestros solistas:
Lucía Millán como Marola, José Julián Frontal como Juan de Eguía, Manuel de Diego como Leandro y María Ogueta como Abel. Con sus voces bien timbradas y su profesionalidad, han revestido de un especial relieve a sus respectivos personajes. Sin olvidar a quienes han desempeñado a la perfección otros papeles relevantes: Guillermo García como Simpson, Amelia Font como Antigua, José Helmo como Chinchorro, Juan José Guerrero como Verdier y Luis Martín Rodríguez como Ripalda.
Como viene siendo habitual, la Orquesta Álvarez Beigbeder se convierte una vez más en el soporte acompañante imprescindible de nuestros conciertos.
En definitiva, una apuesta coral –nunca mejor dicho- de la que no quiero excluir a Carmen Guerra, flamante regidora del Teatro Villamarta que además también se ocupó en el Gran Teatro Falla. Siempre atenta para que la representación (y los ensayos) progresen por los mejores cauces.
Casi todos los miembros participantes de la Coral nos hemos transformado en personajes del puerto de Cantabreda: pescadores, marineros, pescaderas, trabajadores y trabajadoras en diversos oficios en torno a la mar (no te diré quién era yo).
Lo que comenzó como una apuesta ilusionante nos deja la satisfacción de haber conseguido un nuevo reto y, sobre todo, se convierte en un estímulo eficaz para emprender nuevos proyectos. Ya estamos con el próximo que, espero, se haga realidad muy pronto.
Un miembro de la Coral de la UCA